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DU: De acuerdo con el hecho que te sucedió, ¿quién eras en ese momento y quién pensás que sos ahora?
CM: Me costó perdonarme el error. Me costó perdonarme, realmente, porque no pensé tanto en lo mío, sino lo que generaba, en ese momento, en mi familia y en mis amigos.
La gran enseñanza fue cuando pude convertir esta equivocación en una lección increíblemente enriquecedora.
Vengo de una generación en la que equivocarse estaba mal. Creo que después de esta gran lección, entendí que la equivocación es el aprendizaje, es la lección. Equivocarse es la lección. Ahora, si vos te sentís con esta lección que recibís, que Dios te ha abandonado, que sos el peor tipo del mundo… ¡Vos tenés que aprender algo de esto que está pasando!
Realmente me convencí que en la vida había tenido un montón de lecciones y que realmente había tenido lecciones de grandes maestros. Porque estos tipos que fueron mis verdugos, también generaron que se conviertan en eso; si la podemos cambiar y entender que esto es una lección que debo aprender y que si me pasa de vuelta es porque no la terminé de entender y la tengo que volver a aprender; tengo que aprobar el examen. Se te hace mucho más agradable y se te hace mucho más completa.
Realmente siento, hoy que tengo 58 años, que soy un hombre muy feliz. Lo digo con lo más profundo de mi corazón. Soy una persona realmente feliz. Creo que desde lo que sucedió, cambié totalmente la visión de lo que era cometer un error o que venga algo a mí, que yo tenga que resolver. Cuando te cambia eso adentro tuyo, sirve para que te conviertas en una mejor persona. Tenés que pensar, siendo proactivo y entendiendo que es una lección. Eso me parece que fue un quiebre (su exitoso espacio online, que así va a ser)… ese quiebre creo que fue algo que realmente me marcó. Y no solamente a mí. Creo que la marcó a Ana (esposa) también. Los dos nos convertimos en mucho mejores personas. Cuando uno es estafado por algo o por alguien, no solamente en lo ecónomico, siempre escucha que ‘la sociedad’ te dice: “Che, ¡cómo te jodieron!”. Rezaba a la noche y rezaba también por los que me habían embromado. No era porque fuera un santo, simplemente por una forma que tenía de liberarme de eso. No podía tener la carga de la bronca porque me sacaba muchísima energía.
Entonces dije: “esta gente me ha jodido, pero no puedo darles tanto poder para que me sigan jodiendo mi vida”. Muchas veces, creo que le damos mucho poder a una situación. Léase: una persona, cosas, situaciones, etc.
El globo es tan grande como vos lo infles. Entonces decía: “¡Me jodieron hasta acá! ¡Ahora no puedo dejar que entren en mi casa!”. Porque sino estos tipos entraban en mi casa, se metían en mi cama, en el cine, se metían donde yo estaba. “¡No te metés en mi casa! ¡Ya me jodiste! ¡Me sacaste todo materialmente, pero hasta ahí llegaste! ¡No te voy a permitir que me saques más!”; y para eso yo rezaba, para que Dios los ayudara y a mí también. Eso me liberó muchísimo.
DU: ¿Qué otros aprendizajes puntuales considerás que adquiriste luego de esta situación?
CM: Comprendí que muchas empresas se generan con personas de alta capacidad de trabajo, entusiasmo y con capacidad de emprender; pero no como unos empresarios. O sea, uno arranca un negocio y eso termina en una cadena de negocio. Pero no quiere decir que seas buen empresario. Quiere decir que sos una persona que trabajó muchas horas. Me había dado cuenta que tenía características de un emprendedor, creo que fui emprendedor desde muy chico, siempre me encantó vender e interactuar con la gente. Pero me di cuenta que no era un buen empresario. Y creo que las pequeñas y medianas empresas de la Argentina, se formaron así. Se han formado con gente emprendedora, pero no con buenos empresarios. Y una de las cosas que me llevó a esto, fue que a partir de lo que me sucedió, tenía que capacitarme. No podía seguir jugando así porque era un tipo agradable o porque ‘la sociedad’ me veía como un tipo con capacidad de negocio, que era muy trabajador y que era una muy buena persona. No son elementos suficientes. Son necesarios, pero no suficientes. Me parece que ese fue el otro gran proceso que vi, en el que hoy digo: “Nunca le hubiese otorgado un crédito como le otorgué al tipo. Nunca”. Claro, definitivamente es esa falta de visión, esa cosa de creer que como vos sos buena persona, el otro va a ser buena persona. Esa fue la otra gran enseñanza. Darme cuenta de que no era un empresario. Era un buen vendedor. Ese es el punto en donde la persona que aprende no puede subestimar. Es la clave de una buena administración, de una buena gestión. Tanto se habla de la gestión, ahora en la política, pero creo que realmente hoy por hoy, una persona que sepa de la gestión administrativa, todo lo que es impositivo y también lo financiero, tiene que entender que eso forma parte de esas tres patas que tiene que tener la empresa. Un empresario no puede solamente ser un vendedor… el empresario tiene que tener clara estas otras cuestiones. No las tenía en cuenta, las subestimaba. Y a través de los años, vi que tenía que capacitarme y tenía que cambiar totalmente el formato de mi interior, en mi cabeza. Ese fue mi trabajo y realmente pude salir adelante porque tuve una gestión administrativa diferente. Hoy tenemos una empresa eficiente y este tablero de control que uno tiene que llevar, es un tablero de control donde sé todo lo que pasa, todo lo que puede llegar a pasar, y el otorgamiento de créditos está medido. Sé hasta dónde puedo correr el riesgo y ese riesgo empresario está controlado.
DU: ¿Cómo conviviste con el miedo y qué pudiste obtener de él?
CM: Creo en los equilibrios. El miedo es lo que evita que vos te tires al precipicio. Tuve mucho miedo de lo que me pasaba, tuve miedo porque perdía todo. El miedo menor era perder todo y el miedo mayor era no cumplir con la gente que trabajaba conmigo. Cuando era chico, mi madre me dijo: “Que tu palabra valga más que cualquier papel”. Sentía que rompía toda una convicción de mi familia de cien años, de gente honrada. Y estaba metiendo eso. No sé qué hubiese dado para poder salir de esa situación. Creo que ese fue el miedo más grande… No poder cumplir. Hasta llegué a pensar que, si me moría, qué les dejaba a mis hijos y a mi mujer.
Por ejemplo, en esos primeros días tomé bastante. A la noche tomaba whisky, fumaba. No sé en qué momento, si fue al otro día, no recuerdo… dije: “¡No! Tengo que salir de esto. Así no voy”. El estrés mezclado con todo eso era una bomba de tiempo. Así que tuve mucho miedo. A la noche no dormía, el estrés no me dejaba. Encaraba a la gente con una mezcla de miedo y verguenza: una combinación muy extraña. Para salir de ese miedo se necesita de la acción. La acción vence al miedo. Te inmovilizaste pero te repusiste. El miedo… tenelo, sentilo; porque no lo podés evitar.
Siempre di una imagen así afuera, de lucha. Aunque el guerrero adentro estaba… La gente se suma a la lucha. Nadie quiere ver a un tipo en el suelo.
DU: “Embarcarse en la lucha como un ganador, nunca como un perdedor”… una de las cosas que decís en el libro.
CM: ¡No! ¡Nunca, nunca! ¡En un guerrero, nunca! Si vos mirás la historia, los guerreros gritaban, eran bravos. El grito era la ferocidad. Eso generaba que el otro respetara. Yo me mantuve en ese sentido… y tuve un proceso para salir de la autocompasión, en el que pensaba: “Mi papá se pega un tiro, mi hermano se muere en un accidente cuando tenía 17 años, a mí me pasa esto…”. ¡Eso era autocompasión! En el libro cuento que fui al cementerio y me enojé con todos los que estaban ahí. “¡Me dejaron solo!”; decía. “¡Mirá lo que me pasa a mí! ¡Al otro no le pasa nada!”… Eso es un proceso de autocompasión.
Pasó porque tenía que pasar. Y bueno, estoy acá y ya no tengo nada que ver con eso. Esta es mi propia experiencia. Son cosas que pasaron. Lo más auspicioso es que vos de la vida del otro sabés, como el iceberg, una porción muy pequeña. Hasta de los más cercanos, uno no sabe nada, a veces.
DU: ¿Cómo considerás que se logra el equilibrio entre la empresa y las personas que conviven en esa empresa?
CM: Me di cuenta que la familia es lo más importante. Después de lo que me pasó, me di cuenta de eso. El laburo también era importante, pero si yo sentía que escuchar a mis hijos y estar con mi mujer también era importante, tenía que actuar en consecuencia. Creo que lo que pasa es que, a veces, en el laburo vas en busca de la conquista del trabajo; porque llena, porque se llena uno adentro.
Está bueno eso, pero no dejes de darte bola como pareja, como padre. Hace 36 años que estamos juntos y nos casamos con Ana, y la verdad es que fue una cosa maravillosa conocerla a ella, pero laburamos en nosotros. Y es lo que, me parece, que hace al equilibrio. Porque el laburo te lleva solo: querés crecer, querés generar esto, generar lo otro, etc. Y está muy bien y está fantástico, pero no tenés que dejar de enamorarte, todo el tiempo. El equilibrio es más: darle bola a tu familia; porque lo otro funciona.
Siempre digo que no te pase que te comprás la lancha, pero después andás solo en la lancha o no andás con la persona que te ayudó a comprar la lancha… Entonces, comprate la lancha, pero acordate que a esa lancha la compraste para utilizarla con alguien.
Hay que laburar. Hemos tenido crisis, pero eso nos fortaleció. Si afrontás las crisis, crecés. Las crisis son oportunidades… ¡Es verdad! Así lográs el equilibrio. Es el gran desafío de esta época que vivimos. Estas épocas son competitivas, son duras, mucha gente haciendo lo mismo; pero vale la pena.
Laburé muchos años por ‘el pancho y la coca’, muchos. Muchos hasta que la empresa empezó a funcionar y cuando así fue, me pegaron un sopapo… Cuando empecé a sentir que iba bien, me voltearon. O sea, hay que pelear.
DU: ¿Por qué elegiste el título Dar de nuevo para el libro?
CM: En realidad no fue una idea mía. Me lo sugirió Ana. Porque realmente sentimos que empezábamos todo de nuevo.
En el 2000 hasta nos cambiamos de oficina. Fue un Dar de nuevo porque fue un antes y un después. Hubo que romper con cargas anteriores, y cuando vos tenés una vida compleja en la niñez, el ángulo es grande, porque pensás que tenés que superar también eso que te había pasado.
Yo decía: “¡No! ¡Esto no puede ser así! ¡Esto tiene que ser mejor!”. Y fue entonces cuando me pego el gran palo, y pensé: “¡Esto no va a cambiar!”. Venía jodido. Pero me dije: “Si yo estoy vivo, creo que hay esperanza. Y está la gran esperanza de que pueda cambiar.
No solamente yo, cambiar la historia. Rehacerme con una vida más interesante y con más desafíos buenos”. Por eso, Dar de nuevo; porque mi vida empezó de nuevo, no solamente el trabajo o lo material. Es como una muerte y un resucitar.
DU: ¿Cómo es salir a la calle teniendo en cuenta que tu historia se hizo tan conocida con el libro?
CM: Lo que revivió mucho esta situación fue el libro, en su momento. Primero, hay una memoria frágil, y segundo, creo que fue un hecho importante para mí, pero solo uno es un granito de arena que anda dando vueltas por el mundo. Para mí fue una cosa que pasó hace 22 años, un hecho de la historia y de mi vida. Algunos por ahí me dicen, pero no… Queda el recuerdo de algo, pero ya pasó para mí. Es un hecho del que me acuerdo todo, como ustedes se acordarán de hechos que les han pasado en la vida; alegrías o tristezas fuertes. Pero uno sigue viviendo con eso y perfectamente bien. No hay problema.
Y en referencia con la parte social, creo que muchos lo olvidaron y está bueno que así sea. Por ahí lo recuerdan algunos que leyeron el libro y que les gustó mucho. Hoy veo el libro y me parece que no soy yo, ni siquiera físicamente. Una cosa rarísima, lo que me pasa.
Antes de presentar el libro en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, una escritora francesa me dijo: “Una vez que el libro salga, la historia ya va a ser del mundo. Será una historia más que el universo tenga para que dé vueltas y no sabés adónde va a llegar”. Y tenía toda la razón.